martes, 6 de mayo de 2014

Tablero de Pinterest


Profesor, en Poetas del Siglo de Oro me faltan seis poetas, porque Pinterest no me permite hacer más, lo he intentado varios días y no me deja, he visto tutoriales y consultado en internet y no le encuentro solución, me dice que está protegiendo algo de spam, no lo entiendo.

domingo, 23 de marzo de 2014

Pícaro del sigo XXI


Señoría, me llamo Carlos y me han citado para declarar sobre un delito que cometí cuando aún era un adolescente.

 Cometí el gran error de entrar en una tienda de mi barrio que conocía de toda la vida. El dueño me había visto crecer; cuando yo aún era un bebé, mi madre compraba allí a diario. Era un hombre muy amable y siempre me regalaba una piruleta. Por eso hoy en día estoy tan avergonzado de haberle robado, pero lo estábamos pasando muy mal en casa. Mi madre era viuda, yo era el mayor y tenía tres hermanos más pequeños, Manuel, Adrián y Carmen, que aún era un bebé. Carmen estaba enferma y necesitaba leche para alimentarse, así que no me lo pensé dos veces y entré en la tienda, saludé al dueño como siempre y me hice el despistado mientras cogía la leche, sin darme cuenta de que el dueño me estaba observando desde su cámara oculta. No me dijo nada y me dejó marchar, pero a la mañana siguiente apareció la policía en mi casa. Venían a detenerme porque el dueño de la tienda me había denunciado.

 Años más tarde, me enteré de que no había sido el dueño, sino su hijo mayor, que me odiaba desde pequeño. No sé si viene al caso Señoría, pero hoy en día comprendo su odio hacia mi, ya que en el colegio me dedicaba a robarle las chucherías y el bocadillo que su padre le preparaba a diario, y además le hacía la vida imposible en la clase, le ponía motes, le hacía la zancadilla, le gastaba bromas pesadas, etc. Creció odiándome, y no me extraña, me porté muy mal con él, pero en aquellos entonces, por las circunstancias que enseguida le contaré, no era conocido en el barrio como un chico bueno y tranquilo, sino todo lo contrario. Las madres del barrio me llamaron desde pequeño “el terremoto”, y cada vez que yo aparecía, se veía en sus caras el horror que les causaba. Cogían a sus hijos en brazos y se iban lo más lejos posible de mi. Yo me dedicaba a pegarles patadas, pellizcos, y como no, a robarles sus golosinas.

 Cuando fui haciéndome mayor, tuve muy claro que de esta forma conseguía todo lo que quería, sin darme cuenta de que con el tiempo esto me daría más problemas que beneficios. Mis amistades eran las peores del barrio, se drogaban y se dedicaban todo el día a meterse con los más pequeños, a provocar a sus madres y a saltarse las clases.

 En una ocasión, planeamos robar en el mercadillo “Los Gitanos” que ponían los domingos en nuestro barrio. Estuvimos toda la semana planificando cómo lo íbamos a hacer. Éramos siete, y cada uno íbamos a entrar por una calle diferente; habíamos hecho una apuesta de a ver quién conseguía robar más cantidad de objetos, y el que ganaba conseguía que lo invitaran a todo lo que bebiera ese día. Llevábamos chaquetas con muchos bolsillos interiores y dos mochilas cada uno. Todo nos parecía muy fácil, pero lo que de verdad ocurrió es que a tres de ellos les pegaron una paliza, a dos los pilló la policía y mi amigo Raúl y yo solo conseguimos robar un par de calcetines y un peluche, y por poco nos pillan también. Así que ya ve Señoría, no valía ni para robar en serio, siempre he sido un desgraciado y nadie me ha querido de verdad nunca.

 Hubo una época en la que parecía que empezaba a madurar, llevaba un tiempo sin meterme en líos, pero una vez más tuve mala suerte. Venía con mis amigos de la feria, ya de recogida, y no se nos ocurre otra cosa que empezar a piropear a unas niñas sin darnos cuenta de que sus novios iban unos pasos atrás. Cuando nos vieron, se enfrentaron a nosotros y empezamos una gran pelea, con la mala suerte de que apareció la policía. Sin preguntarnos, nos llevaron a todos al calabozo, y allí pasé toda la noche.

 Ya ve Señoría, mi vida es todo un poema, ¡si usted supiera! Bueno, si tiene tiempo sigo contándole. Mi padre era un buen hombre, pero más pobre que las ratas, no tenía ni para comprarnos zapatos, llevábamos sandalias de esparto hasta en invierno; comíamos solo una vez al día, a penas un trozo de pan con una sardina o un huevo frito que nos lo teníamos que repartir entre todos. Aunque en alguna ocasión especial, cuando mi padre vendía una cantidad de chatarra más grande, pudimos comer un plato de puchero, eso sí, sin ternera ni gallina, solo un trozo de muslo de pollo para todos.

 Señoría, y mi madre, pobrecita, todo el día lavando y planchando la ropa de los demás, mientras que nosotros no teníamos a penas para vestirnos; y eso que yo no me podía quejar, era el primero en estrenar la ropa que le regalaban a mi madre para nosotros; mis hermanos se tenían que conformar con heredar las mías, que no llegaban en el mejor estado, ya que, como usted sospechará, no las cuidaba demasiado. Mi madre tenía que hacer casi magia para que se las pudieran poner mis hermanos pequeños.

 Como ve Señoría, no he tenido una vida fácil. Se que eso no me disculpa de todos los errores que he cometido. Mi padre murió con la pena de que su hijo no fuera el chico adecuado para cuidar de su familia. Me encantaría que me pudiera ver ahora. He mejorado mucho. El delito que aquí me trae fue el principio de mi nueva vida. Cuando vi la cara de sufrimiento de mi madre al ver a la policía en la puerta de su casa, comprendí que no podía seguir por ese camino. Tuve que abandonar a mis amigos, buscar trabajo, lo cual no fue nada fácil. Trabajé recogiendo chatarra, vendiendo calcetines en el mercadillo. Ya ve Señoría, que cosas tiene la vida, un día me encuentro robando calcetines y al siguiente vendiéndolos. También trabajé de limpiabotas, de camarero y de mensajero.

 Cuando mis hermanos tuvieron edad de trabajar pudimos mudarnos a otra casa más grande y pagarle los estudios a mi hermana pequeña. Y ahora que nos estaba yendo todo bien, me llega esta citación.

 Señoría, le ruego que sea indulgente conmigo, que tenga en cuenta todas las circunstancias que le he relatado y también que no he vuelto a delinquir desde aquel día. He sido un hombre honrado que solo ha mirado por su familia y que me arrepiento muchísimo de haberle robado a aquel hombre tan bueno. En sus manos dejo mi vida. Un saludo.